Pentagram » Reemplazar la ética de la culpa por la ética de la responsabilidad

Blog

Reemplazar la ética de la culpa por la ética de la responsabilidad

El error es parte de los requisitos necesarios para aprender y es constitutivo del vivir, dado que siempre estamos encarando imprevistos y asumiendo nuevas situaciones, en las que no es suficiente la aplicación de reglas, ni conocimiento o principios generales.

Estamos evaluando el desempeño del equipo en una situación relevante para su futuro. Al término de la conversación, el líder responsable me  dice: “Es que no estaba suficientemente preparado para esta conversación, me costó aceptar las críticas…, me siento culpable por eso. Debería haber sido capaz de anticiparme a los problemas que se presentaron en la ejecución del trabajo. Como gerente del área, yo soy  el principal culpable de esto”. Más que compadecerlo, quise mostrarle la arrogancia que escondía  su sentimiento de culpa.

Quiero iniciar esta reflexión  haciendo una distinción entre el arrepentimiento y  la culpa.  El arrepentimiento es una declaración que hago en el presente sobre cierto actuar realizado en el pasado, en el que digo que “si hubiese sabido las consecuencias que generaría mi acción, no la hubiera realizado o habría optado por otra acción alternativa”.  La culpa en cambio, además del arrepentimiento,  está asociada a los siguientes supuestos:

  1. Yo sabía las consecuencias posibles de mi actuar (aquellas que ahora lamento).
  2. Tuve la posibilidad de actuar de manera distinta y,
  3. Opté libremente, desde mi voluntad, por la acción que generó las consecuencias que ahora estoy juzgando negativamente.

Si luego de reflexionar respecto al hecho en cuestión, usted concluye que estos tres supuestos son aplicables a la acción realizada, podríamos decir que usted actuó  “premeditadamente”.   Imaginemos por ejemplo, que usted conducía a exceso de velocidad, tuvo un imprevisto y terminó siendo parte de un accidente, que afortunadamente no ocasionó personas lesionadas; pero sí, daños materiales  a otros y a usted,  que le generarán gastos que no tenía considerados.  Usted dice que las tres condiciones se cumplen.  1) Sabe que el exceso de velocidad incrementa el riesgo de generar un accidente, 2) Tuvo la posibilidad de manejar a una velocidad prudente  y, 3) Actuó desde su libertad, nadie lo obligó o presionó a hacerlo (nadie sostenía un revolver en su sien mientras conducía). Entonces, se lamenta experimentando angustia y se recrimina reiteradamente.  ¿De qué le sirve la culpa?  Recuerde que las emociones son predisposiciones  para la acción.  ¿A qué lo predispone la culpa?

Además de sufrir,  la culpa podría servirle para tomarse en serio su error, para aprender y corregir de aquí en adelante su acción. Además, podría ser una fuerte motivación para reparar en la medida de lo posible,  las consecuencias negativas que su acción le produjo a otra persona.

Si la culpa nos facilita estas acciones…  ¡En hora buena!

Sin embargo, la mayoría de las veces el sentimiento de culpa reiterado, cautiva el centro de mi atención, motivando mis reiteradas excusas y explicaciones, facilitando la actitude de “auto-centramiento”, dado que como indica mi amiga y psicóloga Berónica Guzmán, “las culpas están más centradas en lo que “yo” siento, perdiendose con ello el contacto real con el sufrimiento de aquellos afectados por mi acción…, porque “yo” me siento tan culpable que centro toda la atención en mi”. La culpa, como predisposición para la acción, termina entoces actuando como un “manto mental” que esconde el fenómeno central: observar con claridad lo sucedido, las consecuencias y los costos que tuvo mi actuar (para mi y los otros) y, por tanto, la posibilidad de hacerme cargo de ello.

La posibilidad surge de una actitud de apertura a la experiencia, en la que dejamos “entre paréntesis” la culpa y sus reiteradas recriminaciones. Esta actitud podemos cultivarla:  A)Observando  lo ocurrido y sus consecuencias, B) dejando entre paréntesis la lucha reiterada por querer transformar la realidad de los hechos, lo sucedido es pasado y como tal no puede modificarse en el presente.  Desde esta actitud de apertura podemos encarar la posibilidad de hacernos responsables: C) Preguntándome  ¿Cómo me puedo hacer cargo de las consecuencias de mi error? , D) ¿Cómo puedo compensar a las personas que sufrieron consecuencias negativas como resultado de mi actuar equivocado?, y finalmente, E) ¿Qué lecciones puedo sacar de esta experiencia, que me permitan mejorar mi actuar en el futuro?

Esta actitud de apertura, me permitirá remplazar el infértil sentimiento de culpa, por el sentido de responsabilidad sobre las consecuencias de mis actos, que es siempre liberador y permite acrecentar nuestra dignidad y nuestra credibilidad ante otros.

Pero vámonos ahora a otro tipo de situaciones, en las que los tres supuestos que subyacen a la culpa  no se cumplen.  Como le ocurre al gerente con que partimos el relato.  Aquí está la esencia de la arrogancia que esconde la culpa, dado que cuando digo: “¡Qué torpe fui!,  y me auto recrimino reiteradamente, me olvido que al momento de actuar no sabía ni las consecuencias ni tenía disponible otras posibilidades de acción, o simplemente, mi inclinación a actuar impulsivamente no me permitieron anticipar  las consecuencias.  En este caso, la culpa actúa como un manto mental que esconde “mi incompetencia”, aminorando mis posibilidades de aprender del error.

El error es parte de los requisitos necesarios para aprender y es constitutivo del vivir, dado que siempre estamos encarando imprevistos y asumiendo nuevas situaciones, en las que no es suficiente la aplicación de reglas, ni conocimiento o principios generales.  Cada situación requiere de una respuesta específica  que se haga cargo del contexto.

Por ello, te sugiero que cuando te sientas culpable y te veas recriminándote una y otra vez, te hagas las siguientes preguntas:

A) ¿De qué  puedo darme cuenta ahora?

B) ¿Qué puedo aprender a partir de este error?

C) ¿Qué no he aprendido suficientemente aún?

D) ¿Cómo puedo facilitar este aprendizaje? ¿Con qué nuevas acciones recurrentes?

E) ¿Cómo puedo hacerme cargo de las consecuencias que este error le ha generado a otros?

Estas preguntas son un excelente “antídoto” para la culpa, remplazándola por la disposición de apropiación y resolución para mejorar mis posibilidades en el futuro y de las personas que declaro que me interesan.

Para finalizar…, “valdría la pena” hacer una distinción entre error y crimen.  El crimen es un error éticamente inaceptable; pero incluso en este caso, el criminal tiene la posibilidad de hacer algo para aminorar las consecuencias negativas y el dolor que su crimen ha causado a otros.  Desafortunadamente, en nada contribuye su culpa respecto a lo ya obrado.  Sí es posible siempre , hacer algo para mejorar el futuro, sino en lo individual respecto al autor, sí en relación a las víctimas y su comunidad.  Tema para otra reflexión.

Top
Top