Nos quejamos. El sentido común supone que la queja es inocua, que no hace daño. Incluso algunos dicen que les permite desahogarse, bajar las tensiones… Te invito a reflexionar acerca de esta práctica del lenguaje, tan común en nuestras vidas.
Me quejo cuando tengo alguna insatisfacción. Por ejemplo, de la contaminación del aire en la metrópoli, de la congestión automotriz ante mi desespero de saber que llegaré tarde a la reunión, de la burocracia que nos consume tiempo y dinero; de mis colaboradores que hacen algo distinto de lo que me prometieron. Cada uno tiene sus quejas predilectas. ¿Cuáles son las tuyas? Te invito a hacer un listado.
Si la queja surge de una insatisfacción, como decía, de un malestar, lo más probable es que tenga relación con alguna inquietud o preocupación relevante para ti. Si al cabo de una evaluación, declaras que la inquietud con que se relaciona tu queja es relevante, entonces: ¿Qué posibilidades te abre la acción de quejarte? ¿Qué te provoca, en tu estado de ánimo, en tu emocionar, en tus pensamientos (conversaciones privadas)?
En mi interpretación, desde el punto de vista de la acción, la queja es una excelente práctica para inmovilizarte o dejarte atrapado en ella, dado que esconde la posibilidad de acción, al dejarla en el trasfondo de tu consciencia, generándote con ello, más agobio, empeorando tu estado de ánimo y tus posibilidades. Incluso en algunos casos te permite constituirte en víctima, al hacerte impotente, incapaz de encarar la situación que te genera insatisfacción. ¿Por qué? Porque la queja surge de la falta de compromiso o la desapropiación. Además, si la queja la ejecuto en un contexto relacional, no sólo me estoy haciendo un daño a mí mismo, sino que estoy contagiando negativamente a mis interlocutores, considerando que los estados de ánimo son muy fáciles de transmitir.
Por otra parte, sabemos que la relación entre nuestra corporalidad y el lenguaje es total. Por ello, al quejarme me echo un peso encima, afectando negativamente mi biología. Por ejemplo, si estoy cansado y me quejo, este cansancio se incrementa. Explora el efecto de ésta en tu propia experiencia. Dí una queja y observa cómo se mueve tu cuerpo mientras la dices, siente tu emocionar… ¿Es grato o desagradable lo que te ocurre? Tu malestar o insatisfacción, ¿crece o disminuye en la acción de quejarte?
Desde el punto de vista de la filosofía del lenguaje, la queja es un pseudo-pedido al carecer de una acción específica, y como muchas veces ocurre, al carecer de un destinatario. Me quejo “al aire”. Además, surge de la interpretación de que aquello que me está afectando negativamente ¡no debería ser!: “Está alterado el orden natural de las cosas”. Pero no surge del propósito de generar alguna acción que encare dicha situación. Podemos distinguirla del reclamo en cuanto esta acción se hace a un interlocutor específico y nace de una promesa no cumplida, hecha por este interlocutor, con un plazo y condiciones específicas. Una forma clásica de ejercitar el reclamo como práctica del lenguaje es la siguiente: “Declaro que me hiciste una promesa y no la cumpliste. Te pido que te disculpes por ello y me prometas que no volverá a ocurrir”. En ocasiones, esta conversación incluye una explicitación de los costos que este incumplimiento ha generado en la persona que fue depositaria de la promesa y establecer un acuerdo de reparación.
¿Qué podemos hacer con nuestra práctica recurrente de quejarnos?
- Cultivar nuestra capacidad para darse cuenta cuando estoy quejándome. No importa que al principio nos demos cuenta cuando ya estamos durante la queja o cuando incluso hemos terminado con la perorata. Todo cambio de práctica parte por el desarrollo de una nueva sensibilidad y capacidad de observación que nos permita darnos cuenta de la práctica en cuestión. En esta primera etapa será un gran paso registrar el lamento. Una posibilidad es que ahora nos quejemos de quejarnos o que nos quejemos ante la queja del otro. Nuevamente, se requiere estar atento para darnos cuenta de esta queja de “segundo orden”. Un aspecto que ayuda a no auto-maltratarnos, es entender que se trata de un hábito socialmente aprendido y que como todo hábito surge de manera automática, pre-consciente. Por ello, el darnos cuenta, sin hacer juicios negativos sobre este hábito, ya es un gran avance. Por ahora, nos podemos alegrar de estar saliendo de esta ceguera.
Una vez que nos hemos dado cuenta de la queja, podemos explorar en las inquietudes o preocupaciones que están relacionadas con nuestra insatisfacción o malestar. Evalúa entonces: A) ¿Se trata de una restricción o condición de la cual no me puedo hacer cargo? B) Si la respuesta es un sí; entonces puedes declarar que no harás nada al respecto, a lo menos por ahora.
Por ejemplo, cuando estoy cansado y me quejo de mi agotamiento; pero evalúo e inmediatamente declaro que no es el momento propicio para descansar. Entonces, me hago el ánimo para seguir trabajando, busco generar las mejores condiciones que tengo a la mano para ello. Puede ser tomarme un café, poner música, tomar acciones como llamar a casa y avisar que no me esperen a cenar. C) Si la respuesta a la pregunta inicial es que sí puedo hacer algo al respecto, entonces puedo resolver hacerme cargo de la inquietud y tomar una acción inmediata o declarar un plazo para ello. En este ámbito de la pragmática nos sirve nuestro modelo respecto a cómo los seres humanos producimos acción a través del lenguaje, de los actos de habla o prácticas del lenguaje.
Desde esta interpretación pragmática del lenguaje, puedo hacerme las siguientes preguntas:
i) ¿Con quién puedo conversar sobre mi insatisfacción?
ii) ¿A quién escucho?
iii) ¿A quién puedo pedir ayuda y qué le podría pedir? Aquí puede ser pertinente la simple y relevante ayuda de especular las posibilidades de acción o incluso, el incrementar mi entendimiento respecto a mi insatisfacción o malestar.
iv) ¿Qué conversación puedo sostener a partir de mis juicios? ¿Fundamentados en qué hechos? ¿Qué quiero producir con esta conversación, cuál es mi propósito?
v) ¿Qué declaración quiero y puedo hacer para mejorar mi futuro en este ámbito? Dicho de un modo cartesiano: ¿Qué decisión quiero y puedo tomar?
2. Desde esta perspectiva, un antídoto extraordinario para la queja es: a) La gratitud, es decir, dar las gracias y moverse en la vida desde la interpretación de que lo que recibimos es un regalo y no es fruto de un orden pre-establecido en el que se dictaminó el deber de otros de proveerme de aquello que necesito y que reclamo para mí, y; b) El pedir ayuda y compartir juicios o puntos de vista en un espacio de diálogo, caracterizado por la escucha mutua y el compromiso de colaboración recíproco.
Si te hace sentido esta interpretación respecto a que las quejas son una práctica generadora de malos estados de ánimo, con sus consecuentes impactos en la salud corporal y mental, y que nos paraliza al dejar “escondidas” nuestras posibilidades de acción”, te invito a encarar la tarea de superar esta nociva práctica.
Finalmente, te dejo este poema del poeta griego Konstantino Kavafis, que ilumina esta reflexión.
La Ciudad
Dices: “Iré a otra tierra, hacia otro mar
y una ciudad mejor con certeza hallaré.
Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado,
Y muere mi corazón
lo mismo que mis pensamientos en esta desolada languidez.
Donde vuelvo los ojos sólo veo
las oscuras ruinas de mi vida
y los muchos años que aquí pasé o destruí”.
No hallarás otra tierra ni otro mar.
La ciudad irá en ti siempre. Volverás
a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez;
en la misma casa encanecerás.
Pues la ciudad es siempre la misma. Otra no busques -no la hay-
ni caminos ni barco para ti.
La vida que aquí perdiste
la has destruido en toda la tierra.